"El Devorador de Lotos"
- Hace muchos, muchos años, cuando apenas comenzaba el tiempo, había una bellísima flor que yacía en un estanque de oscuridad, situada en un perdido espacio del universo. Cuando lo deseaba, se abría con fuerza para dejar brotar de ella sinfín de estrellas y luces, puesto que el brillo de éstas le traía felicidad, aunque muriesen al instante de haber nacido.
Cierto día, un extraño ente, hecho de millones de Lunas y nebulosas, pasó cerca del Loto, el cual se percató de que el luminoso ser tenía en su interior un agujero que succionaba todo a su paso, comiéndose el rastro de luz que había dejado el espectáculo de la mística flor.
Aquel ser era tan indescriptiblemente bello, que el Loto se quedó prendado de él. Empezó a expulsar estrellas, viendo que el desconocido permanecía a su lado para poder devorarlas. El ser se quedó largo tiempo junto a la flor, al tiempo que el Universo se formaba, puesto que la mística planta siempre expulsaba más y más estrellas, permitiéndole que se las devorara para así evitar que se alejara en busca de otras fuentes de alimento. Con el caminar de los siglos, y poco a poco, el Loto comenzó a morir, siendo incapaz de seguir alimentando al ser que cada vez le consumía más y más.
Fue entonces que supo que su vida terminaría muy pronto, y con ella, el hermoso ser se alejaría para siempre. Decidido, expulsó cientos de vestigios de polvo de luz de su interior, repartiéndolas por todo el Universo y creando las constelaciones, al mismo tiempo que consumía hasta la última partícula de su propio ser, impregnando en esas nuevas estrellas una vida tan larga que duraría milenios.
El devorador se fue en busca de aquellas estrellas, para seguir alimentándose con su resplandor. El loto sabía bien que el número era tan infinito como el amor que tenía por el ser hecho de Lunas, por lo que él jamás moriría de hambre. De pronto, la flor comenzó a consumirse, contrayéndose más y más hasta quedar reducido a un pequeño punto.
En un parpadear, la diminuta esfera estalló con estruendo, repartiéndose en cientos de brazos de luces y estrellas, formando lo que ahora es nuestra galaxia...
Las semillas, aquellas estrellas, sobreviven tanto para que su devorador de lotos pueda encontrarlas, manteniendo en sus entrañas la vida de aquel amor que su creador tenía por él, siendo ésa la herramienta que de verdad se necesita para pulir el alma. Así debemos de ser los hombres, mi estimada estrella, debemos de ser iguales a aquel Loto Cósmico que entregó hasta el último ápice de su existencia por un ser amado, y al hacerlo, al dar su vida, explotó en su más grande manifestación de belleza. Puesto que en el momento en el que podamos hacerlo, nos volveremos en algo mucho más hermoso de lo que creímos que podíamos ser. Amor, querido aprendiz, amor."
- Palova.
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